“Holbox en 5 días: la joya escondida del Caribe mexicano que todos deberían descubrir”

En 2022 decidí visitar por primera vez Holbox, con la curiosidad de descubrir qué ofrecía el Caribe mexicano más allá de Cancún y Playa del Carmen. Me encontré con una isla tranquila, de calles de arena, carritos de golf y rincones que parecían secretos bien guardados. Esa experiencia quedó grabada en mi memoria y despertó en mí la necesidad de explorar más la Riviera Maya con calma.

Pero sé que no todos tienen ese lujo de tiempo, así que decidí armar esta versión compacta de 10 días, pensada para que vivas lo esencial lo imperdible y sin perder la esencia del viaje, una ruta de sur a norte, empezando en Bacalar y terminando en la mágica isla de Holbox.

Día 1 – Del aeropuerto de Cancún al puerto de Chiquilá

Llegar a Cancún siempre me emociona, pero esta vez mi destino era distinto: Holbox, la joya escondida del Caribe mexicano que quería descubrir desde hace tiempo. Desde el aeropuerto tomé un transporte rumbo a Chiquilá, un pequeño puerto a unas dos horas y media de distancia, donde los ferries esperan para cruzar a la isla. Ya en el camino sentía cómo cambiaba el paisaje: de grandes hoteles y playas masificadas a campos verdes, manglares y caminos tranquilos, un preludio de la calma que me esperaba.

Al llegar a Chiquilá, subí al ferry y mientras el barco avanzaba por el agua turquesa, empecé a sentir la magia de Holbox. Las calles de arena, los carritos de golf en lugar de coches y la brisa cálida anunciaban que estaba entrando en un mundo aparte. Mi primera caminata por la isla fue como descubrir un secreto: murales coloridos, cafés familiares y tiendas artesanales me daban la bienvenida al atardecer, llegué a Punta Cocos, donde el cielo se mezclaba con el mar y flamencos caminaban tranquilamente por la laguna, fue un momento que me dejó sin palabras, un primer contacto con la isla que nunca olvidaré.


Día 2 – Explorando la isla y sus secretos

Desperté con la sensación de que aún había mucho por descubrir. Después de un desayuno frente al mar, decidí alquilar un carrito de golf para recorrer la isla a mi ritmo. Sentir la brisa en el rostro mientras avanzaba por calles de arena fue liberador; cada giro revelaba pequeños rincones que parecían secretos guardados solo para quienes se toman el tiempo de explorar.

Me detuve en playas menos conocidas, donde el agua turquesa llegaba hasta mis pies y el horizonte parecía infinito. Caminé por Punta Mosquito, sintiendo la arena tibia y la calma de un lugar casi desierto, interrumpida solo por el sonido de las olas. Cada rincón me enseñaba la autenticidad de Holbox: manglares llenos de vida, aves que danzan sobre el agua y la tranquilidad que se respira en cada esquina.

Al final de la tarde, me senté en la playa principal a contemplar el atardecer. Los colores del cielo se reflejaban en el mar, y mientras los pescadores regresaban a tierra con sus redes, entendí por qué esta isla es un refugio para quienes buscan desconexión y belleza natural. Por la noche, paseé por el centro, probé la famosa pizza artesanal de langosta y me dejé envolver por el ambiente relajado que solo Holbox tiene.

Día 3: Aventuras acuáticas y conexión con la naturaleza

El tercer día desperté con ganas de aventura. Decidí reservar un tour para nadar con tiburón ballena, una experiencia que había soñado durante mucho tiempo. Estar en el agua junto a estos gigantes gentiles fue sobrecogedor: me sentí pequeño y al mismo tiempo parte de algo enorme y mágico.

Por la tarde, regresé a la isla y me relajé en una de las playas más tranquilas, donde el agua clara y cálida invitaba a flotar sin prisa. Caminé entre manglares, observando aves y pequeños cangrejos, disfrutando de la sensación de estar totalmente desconectado del mundo exterior.

Al caer la noche, experimenté uno de los momentos más especiales del viaje: la bioluminiscencia. Caminar por el agua iluminada por millones de pequeñas luces me hizo sentir que estaba flotando entre estrellas. Holbox, una vez más, me recordó por qué viajar no es solo ver lugares, sino sentirlos.

Día 4 – Cultura local y creatividad

El cuarto día decidí conocer el lado cultural de Holbox, recorrí talleres de artesanos locales, aprendiendo sobre sus técnicas y viendo cómo crean piezas únicas que cuentan la historia de la isla. Compré algunos recuerdos hechos a mano, consciente de que apoyar a quienes viven aquí hace que la experiencia sea más auténtica.

Después, paseé por los murales y espacios de arte urbano que dan vida a la isla. Cada pared parecía contar una historia diferente, y me sorprendí capturando fotos que transmitían la esencia de Holbox.

El atardecer fue otra experiencia para guardar en la memoria: me recosté en una hamaca frente a la playa, con un agua de coco en la mano, dejando que la brisa marina y los tonos cálidos del cielo me llenaran de paz.

Día 5: Despedida y últimos momentos mágicos

El último día desperté temprano para aprovechar cada instante. Caminé por la playa antes de que llegaran los turistas, dejando que la arena blanca y el mar turquesa me acompañaran en un paseo silencioso. Cada rincón parecía susurrar secretos de la isla, y me detuve a observar los detalles que más me habían cautivado: la calma, los manglares, las aves y los pequeños cafés que ya sentía como parte de mi experiencia.

Pasé la tarde comprando recuerdos y productos locales, mientras me despedía de las calles de arena y de la gente amable que hace que Holbox sea tan especial. Subir al ferry de regreso a Chiquilá fue un momento agridulce: me iba con el corazón lleno, consciente de que Holbox no es solo un destino turístico, sino un lugar que deja huella en quienes se toman el tiempo de descubrirlo de verdad.

“Memorias de Holbox”

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